A veces me pasa, que veo con una sonrisa al cuello, el cambio de
colores del paisaje madrileño hasta que torna a dorado y añil; la sequedad del
monte, la humedad del mar. Tenía ganas de venir, sentir, compartir, eludir,
sonreír, predecir, esculpir.
Venir a fundirme con el árbol
de la plaza, sentir la ausencia de frío (sin llamarlo calor), compartir mi casa
con todo el que lo quiera, eludir la responsabilidad de la bata unos día,
predecir cuánto tiempo tardarán mis amigos en bromear sobre mis ojos y esculpir
en plastilina aquello con lo que quieran jugar los peques.
Tenía ganas de librarme de las cadenas
de pensamientos negativos que entraña diciembre y que, sin ser demasiados, han
profundizado en mi ombligo. Mirar y no reconocer, ir a escribir y que los
espacios no funcionen, mezclando emociones y encadenando palabras que al final
son disgustos arraigados.
Basta. Espacio. Pausa.
Un ejercicio mental de aceptación de las ideas, de las
situaciones, de las patologías de la vida y, exactamente, de la vida. Como la
farsa de alguien que se cree su mentira y distorsiona las siluetas de las
amigas “sinceridad” y “templanza”, desvaneciéndose y presentando un desajuste
interno.
A veces… a veces solo necesito el mar. Y reírme. Gente que nos
haga reírnos en silencio porque perdura más que el sonido que se lleva el
viento. Comodidad estirada como el sabor del mejor chicle del mundo. Y es que,
algo tan sencillo como un chicle a mí me hace feliz. Darte la mano y notar tu
piel es un alivio. Escuchar qué piensas de la fuga de Alcatraz me intriga. Que me
cuentes qué o a quién te llevarías a una playa desierta. Que me digas que
quieres verme y hagas porque eso se cumpla.
A veces es eso, la sencillez de un chicle y todo lo que antecede.
Basta. Espacio. Pausa.
Ahora nos vamos entendiendo. No es que tenga
que pasar algo, es sencillamente que las ideas toca ordenarlas como ese cajón
de las medias; no sabes si algunas están ya para tirar, si perdieron sentido
porque les falta una mitad, si se agujerearon y no valen para el propósito
inicial pero sí para otro, si el color no coincide pero te da igual. Ya no lo
sé, cada idea dispar que tiene que volver a su sitio. Por eso reír, por eso
eludir, por eso sentir. Alejarse y no mirar el ombligo propio.
Inocente inocencia la de aquellos que anhelan recuerdos que se
están borrando y más aún de los ilusos que creen que siempre se borrarán. Inocentes
los que no saben porqué se sienten mal pero tienen la espada en la mano
preparados para atacar. Inocentes…los que sin miedo rechazan ayuda pero se
ahogan en su propio mar de hipocresía inaudita. Yo no soy inocente, más bien
bastante culpable en la declaración a gritos que aquí acontece: he abierto un
cajón de medias desordenadas que serán medidas bien tomadas al final del día
séptimo. Voy a estar prendada de todos mis aciertos, pero sobretodo, de todos
mis males.
Inocente inocencia.